El Gobierno británico celebra hoy en Gibraltar los trescientos
años de su soberanía en el Peñón, un territorio ocupado por el
Reino Unido tras la invasión militar de 1704 perpetrada por la
flota anglo-holandesa.
Las celebraciones han causado lógico malestar en el Gobierno de
Madrid y en la opinión pública española, que no ven con buenos
ojos, como apunta Moratinos, que en pleno siglo XXI un país aliado
de España y miembro de la Unión Europea celebre su conquista de
Gibraltar, un territorio que constituye un anacronismo histórico.
En la nueva Europa no tiene ningún sentido la existencia de una
colonia.
Desde hace años, los Gobiernos de España y el Reino Unido han
mantenido numerosas conversaciones para llegar a una solución
satisfactoria para todas las partes implicadas, entre ellas la
población de Gibraltar, totalmente reacia a cualquier cambio de
estatus.
De forma deliberada o no, el Gabinete de Blair ha protagonizado
en las últimas semanas una serie de gestos poco respetuosos hacia
España, como permitir que regresara a Gibraltar el submarino
nuclear Tireless, organizar la visita de la princesa Ana de
Inglaterra poco antes de los actos conmemorativos del tricentenario
y, finalmente, enviar ni más ni menos que a su ministro de Defensa
como representante de su Gobierno.
No parece una buena manera de solucionar el deterioro de la
comunicación entre ambos países. La celebración de la conquista de
Gibraltar tal vez hubiera sido un buen punto de partida para
retomar las negociaciones entre Madrid y Londres y recuperar de
forma definitiva un diálogo fluido entre ambos. Gran Bretaña lo
podría haber hecho mucho mejor. Bastaba con no herir la
sensibilidad de los españoles y encauzar el eterno problema de
Gibraltar con calma y con respeto, algo que intentará solventar la
diplomacia mirando a un futuro en el que habrá que incluir, sin
duda, la opinión de los gibraltareños.
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