Rosario Nadal, Kyril y sus hijos estuvieron ayer en la playa. En la
de siempre. Esa a la que se llega tras andar mucho, atravesando dos
playas, una bahía de riscos y otra playa. Una paliza, en pocas
palabras. Que si encima cuando llegas están, pues mira, tienes
suerte; que no, pues debes regresar con el «rabo entre las piernas»
pensando que te lo tienes que hacer otro día. Porque, ¿saben?, los
príncipes de Preslav son ya un clásico de los veranos.
Rosario iba tocada con un sombrero de ala ancha parecido a los
que usan los vaqueros, aunque imagino que el suyo es un fashion de
tomo y lomo. Iba metida en un ajustado bikini oscuro, a juego con
las gafas. Y se pasó prácticamente todo el tiempo bañándose y
jugando con sus hijos, mientras Kyril, que se colocó las gafas de
bucear y el tubo de respirar, estuvo una rato buceando y otro rato
sesteando al lado de la sombrilla blanquiazul, ahora sin las gafas
ni el tubo. Se le ve cachas, con abdomen más parecido a un tejado
que a un abdomen, aunque con menos pelo que la última vez, cuando
tuvieron invitados en casa a los herederos de la corona noruega, de
lo cual dentro de unos días se cumplirá un año.
En esta ocasión estaban con unos amigos que tenían una
neumática, con la que Rosario y los niños se fueron a dar una
vuelta, tal vez a la Colònia, de donde regresaron al rato. Kyril se
quedó en la playa, tumbado al sol. ¿Nos depararán alguna sorpresa
este verano? Porque en el anterior nos dieron tres: Haakon y Mette
Marit, la Paltrow y el príncipe don Felipe en su casa de Porreres,
los dos primeros durante una semana; los dos segundos cenando una
noche. Quien más quien menos está al loro, me refiero a los
colegas, porque nunca se sabe.
Pedro Prieto
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