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Llegó arropada por una vorágine de polémica. Sus formas minúsculas obtuvieron la aceptación de una parte de la sociedad y las críticas de otros sectores. Lo que es cierto es que a nadie dejó indiferente. Corría el año 1964 cuando la diseñadora inglesa Mary Quant revolucionó el mundo de la moda con su atrevimiento de recortar el largo de las faldas, creando así la inmortal minifalda. De la mano de esta nueva prenda nacía una mujer independiente, desenfadada y libre, capaz de tomar sus propias decisiones.

Desde entonces, ha pasado por distintos grados de popularidad, pero nunca ha llegado a desaparecer del guadarropa femenino. Muchos la consideran ahora un fondo de armario como el vaquero o la camiseta blanca. Cuarenta años después, la minifalda vive su segunda época de esplendor con una medida mucho más corta de lo habitual, de distintos colores y tejidos. Mujeres que realizaron su primera reivindicación de la mano de la minifalda, son ahora madres de chicas que se visten con esta pequeña prenda. Para María Rivas, de 56 años, la minifalda supuso un «cambio radical en la mujer, fue un punto de partida para que las mujeres consiguieran muchas cosas».

María se casó con minifalda, aunque comenta que era una prenda informal que no era propio llevarla en determinadas ocasiones. Para Antonia Serra, de 56 años, esta prenda supuso «un antes y un después en la liberación de la mujer». «No era sólo enseñar las piernas, sino que eso daba una libertad a la mujer que antes no habíamos tenido», explica. Para los profesionales de la moda, la mini fue una pieza clave en el desarrollo tanto del diseño como de la sociedad. Para el diseñador Tolo Crespí, fue «una gran liberación para la mujer, rompió con muchos tabúes. Fue la desnudez de la mujer, aunque iba vestida».

Samantha Coquillat