Los mallorquines Antonio, José y Juan Pons (éste último ya
fallecido) llegaron a ser conocidos en gran parte del mundo como
«los reyes del transporte». El Grupo Pons, creado en la década de
los cincuenta, llegó a facturar 1.700 millones de pesetas y a
emplear a más de mil personas en sus años de esplendor. Llegaban a
gran parte del planeta por tierra, mar y aire. Eran los mejores
«clientes» de Hacienda junto a apellidos tan ilustres como lo
March, Escarrer y los Doménech.
¿Cómo se llegó a esa situación? Según Antonio Pons, «los Mestre
eran como de la familia, conocían el negocio, al menos una parte,
ya que se dedicaban a la descarga de barcos en Catalunya y al
transporte de materiales pesados. Nuestra amistad estaba fuera de
toda duda. El padre pasaba horas y horas en nuestras oficinas de
Palma aprendiendo el negocio y yo era tratado de forma excelente
cuando les visitaba en Barcelona. Siempre estuvimos convencidos de
que poseían la solvencia suficiente para continuar con el negocio y
ni siquiera fuimos rigurosos en la redacción de las cláusulas del
contrato. Recuerdo que en el momento de firmar le pregunté al
abogado que les representaba 'oye, ¿queda claro de que se hacen
cargo del pasivo?', y me respondió: 'Hombre, esa es una obviedad.
Por supuesto que sí'. Y ya ven lo que pasó después».
Los Pons acusaron a los Mestre de estafa, pero una jueza falló a
favor de los empresarios catalanes al no considerar acreditadas las
imputaciones. Cerrada la vía penal, la familia Pons acudió a la
civil, que les ha dado la razón en dos instancias, un juzgado y la
Audiencia de Palma. Por ello, el abogado que les representa, Adolfo
Millán, ha anunciado de que existen «argumentos de peso
suficientes» para reclamar que se reabra la vía penal.
Fue una de las primeras empresas que se trasladaron al Polígon
de Vía Asima, y también rompió moldes en el trato a sus empleados.
Muchos de ellos lloraron cuando los Pons anunciaron, en 1991, que
cedían el negocio a los Mestre, padre y hermanos, agobiados por el
galope incansable de la crisis generada por la Guerra del Golfo
Pérsico.
«Fueron momentos muy duros para muchos empresarios. Las cuentas
no salían y era difícil cumplir con los compromisos bancarios. Así
que decidimos llegar a un acuerdo con los Mestre, al menos, para
garantizar la continuidad del Grupo y los puestos de trabajo. Fue
un error, pero eso lo sabemos ahora que han pasado los años»,
explican Antonio y José Pons, ambos octogenarios.
La operación salió mal y es objeto de duros pleitos en la vías
civil y penal.
Lo que pasó fue que los Mestre acudieron a la Justicia para
alegar que habían sido «engañados» por los Pons, es decir, que el
negocio que les fue cedido no era tal y que amenazaba ruina. «Eso
es falso», afirma Antonio Pons. «Ellos conocían perfectamente los
números, que arrojaban 10.549 millones de las antiguas pesetas en
activos, y 4.000 de pasivo. Además, nosotros nunca estuvimos
interesados en enriquecernos con esa operación. Es más, aceptamos
desprendernos del negocio (la sede del Polígon, decenas de
camiones, maquinaria pesada, 6 barcos, cada uno de ellos con
capacidad para 150 containers, por un sueldo vitalicio de 500.000
pesetas para cada uno de nosotros, revisados anualmente por el IPC.
Lo hicimos porque ya éramos mayores y nos interesaba mucho más
asegurar el futuro de nuestra plantilla de empleados. Pero todo se
vino abajo muy pronto. De nuestro teórico sueldo vitalicio sólo
duró unos pocos meses. Nunca más lo pagaron». El tema acabó en los
tribunales.
«Hemos pasado por momentos muy malos, y aunque no guardo rencor,
quiero que se haga Justicia», afirma Antonio Pons.
«Nosotros empezamos de muy abajo, en momentos de dificultades,
pero mantuvimos intacta la fe en nuestras posibilidades, al igual
que otros muchos empresarios mallorquines. Somos de la vieja
guardia empresarial, aquella que cree que los grandes ejecutivos
deben aprender desde abajo los secretos del negocio. Lo primero que
conocían nuestros empleados era la escoba y el arte de barrer, que
no es tan fácil como mucha gente piensa. Afortunadamente,
encontramos a trabajadores maravillosos, que entendieron cuál era
nuestra filosofía y la aplicaron siempre».
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