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La madrugada llegó en un instante. Apenas hacía tres horas que había oscurecido, cuando amanecía de nuevo. Cosas de este lugar, más allá del fin del mundo. Ahora es así y en su invierno sucede todo lo contrario: se alarga tanto la noche que deja al día solo tres o cuatro horas.

Desayunamos y a las nueve, con la ropa polar ya puesta y con el número de identificación a la vista, embarcamos en las zódiac y nos dirigimos a la isla que tenemos enfrente, la King George -seguimos en las Shetland del Sur-, ocupada en parte por una base argentina y por otra alemana. A nuestras espaldas queda fondeado entre hielos eUshuaia, con la bandera de Mallorca en el mástil de proa, cuyos colores resaltan entre la blancura que la rodea.

Echamos un vistazo y todo cuanto nos rodea es hielo. Blanco con un fino manto azul que recubre parte de su superficie. De verdad que es un espectáculo precioso, para quedarse embobado horas y horas viéndolo. Llama la atención el picacho que asoma por entre la masa blanca al final de lo que podríamos denominar playa, a nuestra derecha. ¿Por qué no se ha helado, como el resto? «Por el calentamiento de la Tierra debido al agujero de la capa del ozono», nos dice un hombre rana argentino. A continuación señala una enorme y granítica mole de más de quinientos metros de altura que se eleva a nuestras espaldas. «Desde hace tres años no aguanta la nieve. Eso es debido -nos explica ahora un joven científico- al aumento del dióxido de carbono, que se traduce en una mayor retención del calor.

En el interior de la base, nos muestran la única cámara hiperbárica que hay «en toda la Antártida». En otro compartimento, en el que trabajan tres biólogos, nos muestran krill, especie de camarón que se alimenta de unas algas unicelulares que flotan en el agua, denominadas fitoplancton.

Más tarde, en la estación de sismografía, nos muestran el sismógrafo que detectó el terremoto que se produjo en Argel en mayo de hace dos años. El resto de la mañana lo ocupamos, en gran parte, observando a los elefantes marinos.

Regresamos al barco, almorzamos, y a la hora estamos de nuevo en la lancha para visitar otro lugar de la isla. Una vez en tierra firme, Manuel Hernández se saca de entre los anoracs un ejemplar atrasado de Ultima Hora y «mira, me place una foto con el diario aquí. No todos los periódicos del mundo podrán decir que han estado en este lugar». Completamente empapados regresamos aUshuaia, nuestra casa, al que la nieve nos ha hecho perder de vista, pero.... ¡no! Ahí está.

Pedro Prieto