El pleno celebrado ayer en el Ajuntament de Palma fue, en líneas
generales, igual a como han venido siendo también todos y cada uno
de los plenos celebrados este año en Cort o desde el inicio de la
presente legislatura: penoso.
Salvo unas pocas y contadísimas excepciones, la sesión de ayer
siguió los mismos derroteros de plenos anteriores, es decir,
duración maratoniana, descalificaciones gratuitas, intervenciones
llenas de demagogia que además pretenden sentar cátedra, propuestas
fuera de lugar, apatía y desinterés casi absolutos por parte de la
mayoría de concejales y ausencia prácticamente total de algo que,
en sentido estricto, pueda ser considerado como debate.
La polémica se inició ayer ya nada más empezar el pleno, en la
votación para la concesión de la Medalla d'Or de la ciudad. El
portavoz de EU-EV, Eberhard Grosske, pidió la palabra para explicar
por qué su grupo iba a votar en contra de la concesión de la
medalla a Carlos Moyà. La alcaldesa de Palma, la popular Catalina
Cirer, le dijo al portavoz rojiverde que no tenía derecho a hacer
uso de la palabra antes de la votación, pero el secretario del
Ajuntament, Agustí Estela, la corrigió, y dijo que Grosske sí tenía
la posibilidad de poder intervenir si quería, cosa que hizo. Cuando
Grosske inició su discurso, sólo cinco de los quince concejales del
PP permanecieron en sus asientos. Luego intervinieron el portavoz
del PSOE, Antoni Roig; el portavoz del PSM-EN, Pere Muñoz, y el
portavoz del PP, Rafel Duran, defensor de la candidatura de Moyà,
que criticaron con dureza la decisión de Grosske. Éste pidió de
nuevo la palabra, pero Cirer no se la dio. Tras unos instantes de
tensión y de breves comentarios por parte de ambos, Grosske
sentenció: «Soy bastante más demócrata que todo esto».
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