Balears se enfrenta a un nuevo caso de presunto fraude
alimentario en medio de una auténtica tormenta política que a los
ciudadanos les interesa poco. Que sea un organismo u otro el que
encabece las investigaciones sobre lo ocurrido es únicamente un
detalle mientras esté garantizada la salud pública, que es lo
importante y lo que estaría en juego de ser ciertas las
sospechas.
De momento ni siquiera están claros los datos relativos a este
confuso caso. De las ocho granjas inmovilizadas en un principio por
sospecharse en ellas el uso de un antibiótico prohibido, algunas ya
han recuperado la actividad normal mientras en otras se realizan
análisis que puedan confirmar o desmentir la presencia de
cloranfenicol.
Tampoco tiene demasiado claras la ciudadanía cuáles serían las
consecuencias de la ingestión de este fármaco, aunque no parecen
graves. En todo el affaire, la actuación del Govern ha sido
irreprochable, salvo quizá la tardanza en informar de los dos
primeros casos. Una información a tiempo podría haber desactivado
cualquier escándalo.
Ahora nos encontramos una batalla de declaraciones entre Govern
balear y la Delegación del Gobierno con ataques y defensas sobre
quién informó a quién, cuándo y cómo. Es difícil de aceptar que la
Guardia Civil realice un informe sobre un asunto grave y lo
entregue a la Fiscalía sin que el delegado del Gobierno, máximo
responsable de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, esté
enterado, máxime cuando todavía no se había producido una actuación
judicial. Ramon Socías, o su sustituto, si estaba de vacaciones,
debía estar al tanto de la investigación de la Benemérita y, por
lealtad institucional, debía haber informado a la comisión de
seguimiento del Govern, en la que tiene un representante.
Lamentablemente, no ha sido así y un asunto de gran
trascendencia ha derivado en un conflicto entre instituciones de
distinto color político.
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