Los resposanbles políticos del turismo balear afirman con
rotundidad que 2004 marcó el inicio de la recuperación del sector,
después de una época de vacas flacas que algunos atribuyen a la
gestión del Govern del Pacte de Progrés. Lo cierto es que a nivel
turístico las gestiones políticas importan relativamente poco y
tienen mucha más incidencia acontecimientos terribles como aquel
aciago 11 de septiembre en que la aviación comercial se convirtió
en arma homicida, o el reciente maremoto que ha asolado Asia.
Porque los turistas se mueven por variables como el atrativo, la
tranquilidad o la seguridad, que son nuestros más fiables
valores.
Así que, en efecto, las estadísticas parecen demostrar que el
gasto turístico creció de forma aceptable el año pasado, lo que ha
dado un respiro a quienes temían que el negocio vacacional
estuviera en decadencia. No lo está, es obvio, pero eso no es
motivo para no mejorar el producto y diseñar estrategias que
permitan, a medio y largo plazo, diversificar la oferta para que
Balears siga siendo atractivo en invierno.
Sólo así, con políticas creativas, constantes y siempre con la
obsesión de proteger y difundir el patrimonio paisajístico,
histórico, cultural y artístico, seremos capaces de convertir
nuestras Islas en el destino turístico número uno también cuando
las playas resultan desapacibles por el mal tiempo. Ése debe ser el
objetivo de todos, ofrecer un destino impecable y competitivo, que
acabaría de una vez por todas con los problemas que acarrea una
actividad económica estacional como la que nos sustenta. Si buena
parte de esos nueve mil millones de euros que los turistas dejaron
en Balears el año pasado se reinvirtieran aquí no sería tan difícil
lograrlo.
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