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Ha sido un parto difícil y la criatura no gusta a casi nadie. Tras nueve meses de análisis, de investigación y de disección, el 'comité de sabios' ha dado a luz un informe sobre el estado de la televisión pública que recomienda lo que cualquiera de nosotros habría dicho, sin ser sabios ni expertos: que la tele que pagamos todos debe ser independiente y sin deudas, con una programación de calidad y con menos publicidad.

Eso, señores, lo sabemos todos. La gracia del asunto no está en el «qué», sino en el «cómo». Porque a día de hoy Televisión Española es un monstruo de siete cabezas que arrastra un pozo sin fondo de deudas -más de seis mil millones de euros-, que ofrece una calidad más que dudosa y que mantiene una plantilla desorbitada y usos y costumbres de épocas pasadas.

Si nuestra Constitución consagra el derecho a la información como uno de los pilares de la democracia, la obligación del Gobeirno es defenderlo y promoverlo. Sin embargo, hasta ahora todos y cada uno de los gobiernos que ha tenido nuestro país se han apoderado de la televisión pública como de un arma que sirviera a sus intereses partidistas. Cambiar esta tendencia no será fácil y desde luego no se conseguirá sin una nueva cultura de la democracia que potencie el pluralismo y la igualdad de oportunidades para todos y sin leyes estrictas que condenen la manipulación informativa. No será fácil, ni a corto plazo. Igual que reconducir la astronómica deuda televisiva y lograr que no se acumule ni un euro más a esa factura. Los sabios no han sabido encontrar ninguna fórmula que ponga freno a esa sangría diaria que es la televisión estatal.

Una vez conocido el informe, habrá que ver qué pasos da el Gobierno para convertir sus consejos en realidades factibles. Y ahora que la televisión balear va a empezar a dar sus primeros pasos, hay que esperar y desear que no cometa, a escala insular, los mismos errores que han llevado a RTVE y otras televisiones autonómicas a la situación de bancarrota.