A los innegables beneficios que la reciente oleada de
inmigración presta a nuestro país en materia de empleo hay que
añadir hoy desde la perspectiva de unos análisis serios aquellos
que se derivan de una movilización de capital francamente
importante. Estamos hablando de tres millones de consumidores
potenciales que transfieren cada año a sus países de origen un
montante de euros que supera en conjunto el 1 por ciento del
Producto Interior Bruto español.
Los inmigrantes van a comprar este año y los próximos unas
cuarenta mil viviendas, necesitando para ello suscribir las
correspondientes hipotecas. Los extranjeros que actualmente viven
en España tienen un gasto medio mensual en telefonía que supera con
creces el gasto de los españoles, y ello por no hablar de los casi
cuatro mil millones de euros que este colectivo destina a la compra
de alimentos.
En el año 2004, unos 3.400 millones de euros salieron de España
en dirección a América Latina, Europa del Este y el norte de
Àfrica. Todo ello determina que banca, compañías de seguros,
inmobiliarias y empresas de sanidad y de transportes se hayan
puesto en marcha para captar una clientela tan fiel como creciente.
En suma, hablamos de un volumen de negocio de proporciones
francamente importantes. Algo que debiera llevar a concluir a los
más escépticos que lo de la inmigración no es una cuestión a
despreciar desde un punto de vista estrictamente económico.
España no sólo «utiliza» la inmigración, sino que también se
beneficia de su dinámica laboral y comercial. Aspectos que no
pueden dejar de ser tenidos en cuenta a la hora de referirse a una
inmigración que más que un problema es en la actualidad una
bendición.
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