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En la Antigüedad las casas mediterráneas tenían a su entrada un ciprés y un olivo, símbolos de la hospitalidad y de la paz, que es lo que todo buen ciudadano ofrecía a sus visitantes. Y, a grosso modo, es lo que España ha ofrecido a cuantos han venido a residir entre nosotros. Ayer fue inaugurado en Madrid el «Bosque de los ausentes», un homenaje vivo a las 192 personas -de distintas nacionalidades- que perdieron la vida en los atentados del 11 de marzo. El bosque está formado por 192 ejemplares de estos árboles tan mediterráneos y tan simbólicos. El Rey, los príncipes de Asturias, el monarca de Marruecos, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; el alcalde de la ciudad, Alberto Ruiz Gallardón, representantes de las víctimas y otras autoridades nacionales y extranjeras asistieron al acto.

En realidad allí estábamos todos. Porque ayer, durante todo el día, no pudimos hacer otra cosa que recordar aquellos hechos terribles, aquella sensación de impotencia e incredulidad primero, de rabia e indignación después, y del más profundo y sincero dolor desde entonces.

Doce meses no son suficientes para superar algo así. Probablemente nunca lo haremos. Lo que sí hay que exigir a estas alturas es un compromiso firme y decidido por parte de nuestros dirigentes políticos para que algo así no pueda repetirse jamás. ¿Cómo hacerlo? Creyendo con determinación en los valores democráticos, de libertad, igualdad y de justicia social y promoviendo que se instalen en todos los rincones del mundo. Porque en las sociedades libres es más difícil que se den la manipulación, la ignorancia, el odio y el deseo de revancha de que hicieron gala los culpables del 11-M.