El día 26 de agosto del 36, un hidroavión italiano ameriza en la
bahía de Palma y de él desciende el conde Aldo Rossi presentándose
con la graduación de general aunque, según escribió Bernanos, ni
era conde, ni general, ni Rossi. En realidad se trataba de
Arconovaldo Bonacorsi, un abogado de 38 años con unas dotes
histriónicas sólo comparables a su avidez sexual y a la sed de
sangre, ambas insaciables. Con cincuenta falangistas, elegidos
entre las familias acomodadas, organiza su guardia pretoriana que
bautiza como «dragones de la muerte» y marcha a Porto Cristo donde
aún combatían los milicianos de Bayo. «Iba cubierto de armas y daba
miedo» -afirma un viejo falangista entrevistado- y sus consignas
eran muy claras: no hacer prisioneros; todos muertos. Las imágenes
de época se complementan con otras actuales donde se muestra un
aparcamiento, bajo cuyo asfalto está la fosa común que contiene los
restos de aquellas víctimas.
Desfiles interminables, actos multitudinarios, grandilocuencia,
mítines y proclamas, efectuados siempre según la parafernalia
fascista, son secundados por auténticas multitudes hipnotizadas
ante el «héroe» que se definía como «un fascista venido
voluntariamente para poner mi mente y mi brazo al servicio de
España». Las imágenes de «Zona roja» son del todo elocuentes. Como
evocadora resulta la visión, en blanco y negro, del antiguo Hotel
Mediterráneo, al borde del mar, donde Rossi instaló su residencia y
cuartel general. Lógicamente, sin referencias de ningún testigo
directo, el programa comenta las desenfrenadas fiestas con mujeres
de la alta sociedad que, rendidas por el atractivo del italiano,
acababan sometiéndose a sus caprichos sexuales saciados, si la dama
no era suficientemente experta, por prostitutas profesionales de un
burdel próximo. Como contrapunto, una anciana republicana comenta:
«Nunca le encontré guapo ni atractivo. Ni a él, ni a ningún
italiano». No compartieron este criterio algunas mallorquinas que,
deseosas de casarse con un italiano o un alemán, estaban obligadas
a presentar un certificado de limpieza de sangre. Rossi es mostrado
-en pantalón corto o a caballo, haciendo el saludo romano y armado
hasta los dientes- al frente de desfiles o concentraciones que
provocan el delirio, a tenor de la banda sonora que acompaña a las
imágenes. Hábil manipulador de estas últimas, dirigió y protagonizó
filmaciones -el programa muestra algunos fragmentos- sobre el
comportamiento de sus «dragones» en la lucha. Arengas, discuros con
frases como «mataremos a madres, padres e hijos para que la semilla
marxista no fructifique» traducidos a menudo por el sacerdote
mallorquín que le acompañaba, arrancaban aplausos y vítores entre
las gentes de Palma y de los pueblos que visitó en buen número.
«Mallorca es de derechas», afirma en el reportaje un antiguo
republicano, mientras un viejo falangista aclara: «Aquí sólo podías
ser o de Falange o ruso». Una visión muy simplista de un problema
ancestral.
Mientras tanto, los republicanos huían de Palma para refugiarse
en el campo y escapar de ser encerrados en la prisión improvisada
de Can Mir o, lo que era aún peor, de acabar en una cuneta con un
tiro en la nuca o fusilado en el paredón del cementerio. Algunos lo
consiguen y lo cuentan en el programa. Un trozo de pan, un pedazo
de queso o algunas frutas del huerto eran -según palabras de uno de
aquellos fugitivos- lo único que los payeses podían ofrecer para
calmar la necesidad. En Can Mir no se comía mejor: judías al
mediodía y boniatos hervidos y sin pelar, por la noche. Esta era la
dieta para 6.000 reclusos, hacinados donde sólo cabían 2.000.
Especialmente patéticas son las imágenes de niños, vestidos con
indumentaria militar y desfilando con armas reales o simuladas. El
episodio del hundimiento del crucero «Baleares», descrito por un
superviviente, muestra imágenes de los llamados «flechas navales» a
bordo del buque que, casi setenta años después, producen un
sentimiento de incredulidad. Era la misma estética, la misma
sinrazón seguida por el nazismo alemán o el fascio italiano: la
manipulación de niños con fines vergonzosos.
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