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No es un final feliz, porque no se trata de la solución definitiva al conflicto que tuvo una barrera como símbolo, o detonante, ni tampoco supone que se haya alcanzado un acuerdo que guste a todos. Es una buena noticia, eso sí, el hecho de que se haya llegado a un pacto mediante el cual el negocio del pescado en Mallorca volverá a sus cauces normales, que no quiere decir idóneos.

Éste ha sido un conflicto sin héroes, vencedores o vencidos, y si se ha producido la paz, o la tregua, es porque caía por su propio peso, entre otras razones porque estamos hablando de dos grupos antagonistas, productores y distribuidores, de gente civilizada cuyo objetivo es poder desarrollar su trabajo obteniendo el mayor beneficio y sin recibir o causar traumas sociales o particulares. No es un caso que se circunscriba entre la colocación de la barrera y el apretón de manos de ayer. Más bien cabe pensar que la crisis se remonta mucho más atrás, al tiempo que los costes de producción se han ido incrementando desmesuradamente y el beneficio se ha ido reduciendo en la misma cadencia y por esa causa. Por eso, ese paréntesis debería servir para sentar las bases para un futuro ajustado a la realidad del mercado, que impone otras maneras de producción y comercialización. Cualquier cambio en los sistemas causa recelos y rechazos, pero no por eso debe descartarse la lógica evolución, aun siendo inevitable que se produzcan víctimas. No nos olvidemos de que se trata de un conflicto entre empresas privadas, de que unas continuarán intentando comercializar más caro, de que las otras intentarán pagar más barato y de que, en éstas, el precio debe llegar ajustado al consumidor.