Este país está a punto de cumplir un año con el nuevo Gobierno
socialista. Es, pues, el momento ideal para echar la vista atrás y
hacer balance de todo lo vivido. Obviando aquellas primeras semanas
transcurridas tras las elecciones, marcadas por el dolor y la
estupefacción del 11-M, los últimos doce meses han sido algo
parecido a un largo tobogán con acusadas subidas y bajadas.
Los ministros de Zapatero -y ministras también, claro, porque la
paridad ha sido uno de los puntos fuertes de la gestión
gubernamental- se han aficionado a las meteduras de pata verbales y
han proporcionado mil y un titulares de prensa con sus
consiguientes matizaciones o rectificaciones.
Pero hay que reconocer unos cuantos aciertos, además de algunos
errores. La salida de las tropas españolas en Irak fue la primera
decisión de Zapatero y la más aplaudida, aunque a continuación el
presidente haya caído con demasiada facilidad en la tentación de
considerarse a sí mismo como el ejemplo a seguir en el pacifismo
mundial. Y tampoco es para tanto, la verdad.
Es aquí, justamente, donde Zapatero más se equivoca, en su
ridícula insistencia en presentarse ante la ciudadanía sin el menor
espíritu de autocrítica, cayendo en la tentación que ya tuvo Felipe
González cuando decía que se «podía morir de éxito».
España sigue siendo un país con grandes problemas, algunos casi
inabarcables, como un mercado laboral complicado, una grave falta
de inversiones o una competitividad mínima, y eso por no hablar de
algo que está tan de moda: la vivienda, un sistema educativo con
fuertes déficits, sanidad y servicios sociales con lagunas, escasa
innovación tecnológica y aún más escasa investigación...
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