Las cosas serias empiezan a complicársele a José Luis Rodríguez
Zapatero. Es fácil vender talante, sonrisas y espíritu de
conciliación de cara a la galería, pero resulta mucho más duro
enfrentarse con firmeza a las negociaciones de verdad. Y una de las
más difíciles tiene lugar ahora mismo en el seno de la Unión
Europea, donde se debate la posible prórroga de los fondos de
cohesión de los que se beneficia España, una idea que acaba de
recibir un mazazo por parte de Alemania, además de otros cuatro
países, y una respuesta helada por parte de Francia.
Nuestro país pretende seguir recibiendo ayudas a la
modernización durante cuatro años más. Pero la ampliación de la UE
en diez nuevos países -más pobres que nosotros-, complica
extraordinariamente el asunto. La idea era no tener que cortar de
golpe las ayudas, llevando a cabo una especie de transición suave
que nos permitiera ir adaptándonos a la nueva situación con cierta
tranquilidad. Idea rechazada de plano por Alemania, principal socio
aportador de dinero para estos menesteres.
Lo indiscutible es que España ha dejado de ser el país
lamentable que eran veinte años atrás, cuando estaba prácticamente
todo por hacer. Nos hemos modernizado y hemos alcanzado cotas de
bienestar jamás soñadas. Pero no hemos llegado al nivel de los
países más ricos de Europa. Ni mucho menos. Y tenemos problemas
nuevos. Sin embargo, la llegada de naciones pobres nos ha
convertido casi en objeto de envidia.
Es el momento de demostrar la capacidad de nuestra diplomacia,
de ver hasta qué punto París y Berlín están por la labor de apoyar
a un Zapatero que les ha otorgado plena confianza. Y ver si eso, al
final, se traduce en un compromiso con el desarrollo de España o
era sólo muestra de «talante».
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