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Si algo ha ganado España desde que desembarcara en la Moncloa el famoso «talante» de Zapatero es la vindicación del diálogo como poderosa arma política y social. Así al menos lo demuestra el presidente del Gobierno, abriendo las puertas de su palacio al representante de los vascos -cosa que no quiso hacer Aznar en su última etapa-, Juan José Ibarretxe, por segunda vez en apenas un año. Tras aquella primera reunión, que duró cuatro horas y levantó enormes expectativas porque iba a tratarse el controvertido plan secesionista del lehendakari peneuvista, ayer se celebró el segundo round entre ambos dirigentes. A la salida, una buena dosis de «talante»; se constata la voluntad de diálogo para alcanzar el sueño imposible: la pacificación y la normalización política de Euskadi.

Es sólo un primer paso, eso es cierto, pero qué importante. Sentadas las bases del diálogo, es el momento de pasar a la acción. El País Vasco se enfrenta, recién celebradas las elecciones autonómicas, a un remake de lo que ya se vivió en años anteriores: la partición del voto en bloques antagonistas. O quizá no tanto y de ahí la excelente comunicación entre Ibarretxe y Zapatero. ¿Estarán empezando a negociar un posible Gobierno vasco tripartito entre nacionalistas, socialistas e Izquierda Unida? Nada se descarta y, verdaderamente, podría ser la puerta de acceso a una nueva etapa más centrada, más plural y más representativa de la sociedad vasca.

Quizá de este diálogo puedan surgir avances impagables en la carrera por la pacificación del País Vasco y también -en vista de que el PNV ha perdido apoyo popular- a la hora de afrontar el Plan Ibarretxe con otro espíritu más conciliador y menos excluyente para la mitad constitucionalista de los ciudadanos vascos.