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Eran las cinco y media de la madrugada y todos estábamos en las tiendas durmiendo. De golpe se oyó una gran explosión, saqué la cabeza para ver qué pasaba e inmediatamente me vi envuelto en una pesadilla de un par de segundos. Parecía que el mundo se me caía encima», así recuerda el inicio de la avalancha el canadiense Jowan Gauthier, uno de los seis escaladores que se encontraba el miércoles pasado en el campo I en el momento del siniestro. Difícilmente ninguno de ellos lo olvidará por ahora. Duró tan sólo un par de segundos, pero su recuerdo es imborrable. «Todo era muy confuso. La tienda empezó a dar vueltas, la embestida era tremenda. No tienes tiempo de pensar en nada. De golpe todo se detuvo, yo estaba de rodillas en un lado de la tienda y tenía a alguien encima que gritaba auxilio. Era un escalador polaco con la cara llena de sangre».

De los golpes recibidos, Gauthier sufre una lesión en los riñones que tendrá que ser revisada de urgencia en un hospital de Katmandú. Otros, como el norteamericano Kripabindu Barilla, compañero de expedición del joven canadiense, lo llevan escrito en la cara. «Aunque me cubrí el rostro con las manos, los trozos de hielo impactaban contra mí como si fuera metralla. Fue terrible, qué dolor, y todo eso mientras la masa de hielo y roca nos empujaba a todos un centenar de metros hacia abajo», recuerda un tanto emocionado. Por su parte, Gauthier explica: «Cuando salí de la tienda, Kripabindu se encontraba tumbado sobre la nieve medio desnudo. Inmediatamente nos abrazamos para poder calentarnos. Teníamos miedo y frío, y además todavía no éramos plenamente conscientes de lo que había pasado». Toneladas de hielo y roca, desprendidas de la cara oeste del Everest, habían sepultado el campo I, situado a cerca de 6.000 metros de altura, en el comienzo del Valle del Silencio.

Pero en el campo I había más personas. Un polaco que no disponía del permiso de ascensión al Everest solicitó ayer el alta voluntaria para poder abandonar inmediatamente el campo base, aun sufriendo alguna fisura en los huesos de la cara. Otro escalador canadiense sufre golpes de diversa consideración, mientras que su sherpa tiene la espalda fracturada por dos partes. Mientras que un expedicionario norteamericano, compañero de Gauthier y Barilla, que no quiso hablar de su terrible experiencia con nosotros, también tiene al cuerpo muy magullado. Todos ellos serán evacuados hoy, siempre que el tiempo permita que pueda volar el helicóptero de rescate. Para Jowan Gauthier y Kripabindu Barilla ha acabado la aventura de escalar el Lhotse (8.516 m.). Además, a estos hechos se suma la trágica coincidencia de que los dos escaladores compartían permiso de ascensión con Mike O'Brien, el joven norteamericano de 24 años muerto el domingo pasado al caer en una grieta de 60 metros de profundidad mientras bajaba la cascada de hielo del Khumbu. «Necesito tiempo antes de volver aquí. Necesito tiempo para comprender todo lo que ha pasado. Necesito tiempo para poder pensar, admite Jowan Gauthier. Una fuerte nevada de dos metros y los continuos riesgos de aludes en el Valle del Silencio hicieron desistir a Oli y Tolo Calafat del intento de alcanzar el campo III, a 7.200 metros de altura. Por eso, ambos escaladores -como la mayoría de expedicionarios y sherpas- regresaron ayer tarde al campo base. Justamente, todo eso pasaba cuando Tolo Quetglas ya había conseguido unas botas de segunda mano, aparte de las que tienen que llegarle «nuevas» de Katmandú, y que curiosamente las compró por 200 euros -incluidos los crampones- al escalador canadiense Jowan Gauthier. Pero con ellas no pudo llegar más allá del Campo I, ya que el tiempo no permitió aventurarse más allá del campo base.

Joan Carles Palos