Los Príncipes, entre una marea humana, en la plaza de la catedral de Ciutadella. Foto: GUILLEM SINTES

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Ciutadella salió a la calle en masa en la que fue, hasta el momento, la bienvenida más calurosa ofrecida a los PrÍncipes desde que iniciaron su recorrido por el Archipiélago. Más de 6.000 personas ocuparon las calles del centro de la ciudad, donde la ilustre pareja había llegado pasadas las 19.30 horas. Don Felipe y doña Letizia fueron recibidos por las autoridades en el Passeig del Born. La Princesa salió del coche oficial a ritmo de fandango menorquín con un nuevo modelo. Para la tarde-noche, eligió, también por primera vez en este viaje, un conjunto de pantalón, negro y tobillero, combinado con chaqueta a rayas horizontales en gris y blanco. Su atuendo ofreció más novedades. La princesa, que calzaba zapatos abiertos por detrás y con tira, en negro y blanco, sorprendió con unos tacones unos centímetros más bajos de lo que es habitual en ella, ¿será que el cansancio de este viaje maratoniano comienza a hacer mella?

La primera parte del recorrido fue, como en Maó, un baño de multitudes por la calle Major del Born, en el que no faltó una veintena de jóvenes con una bandera republicana. Don Felipe y doña Letizia saludaban a los miles de personas que se habían concentrado para disfutar de su recorrido, estrechaban manos, recibían piropos, y la princesa se detuvo unos minutos a charlar con una simpática abuela de más de 90 años llamada Magdalena. La anciana, con una reciente operación de cadera, se había sentado en primera fila y recibió el cariño de doña Letizia. Caminando muy despacio, la pareja, seguida de las autoridades, llegó hasta la Catedral, frente a la que posó. En su interior, les esperaban los integrantes de la Coral de la Capella Davídica, el famoso grupo local de donde surgió la voz del famoso barítono Joan Pons. Los cantores les interpretaron una nana.

A las 20.15 horas, el público continuaba esperando en el exterior del templo la salida de los Príncipes, que lo abandonaron por una puerta lateral para continuar a pie hasta el Claustre del Seminari, un precioso edificio en cuya capilla, que ya no tiene uso religioso, se ofrecen numerosos conciertos. El paseo fue tan multitudinario como el anterior. Allí, bajo una decoración de frescos barrocos, y sobre un suelo de preciosas y antiguas baldosas hidráulicas, fueron recibidos por una representación de la sociedad civil integrada por 300 personas.