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La visita de los Príncipes a Formentera barrió como un ciclón la habitual tranquilidad de la pequeña isla. Durante una hora y tres cuartos recorrieron las calles de Sant Francesc Xavier mientras 1.500 personas les aclamaban, visitaron el Ajuntament, conocieron el proyecto del hospital, se mojaron por culpa de una corta e intensa tormenta, apretaron manos, posaron para los cientos de cámaras y móviles de los formenterers y fueron despedidos con flautas, tambor y castañuelas. Los Príncipes y sus acompañantes se trasladaron de Eivissa a Formentera en dos helicópteros que aterrizaron en el parking de sa Senieta, convertido por unos momentos en improvisado helipuerto. La nube de polvo y arena levantada por el aparato no amedentró a quienes esperaban, de pie e impertérritos tras las vallas de seguridad.

Tal vez fue por contagio de la tradicional calma de Formentera por lo que, en estos primeros momentos, los servicios de seguridad relajaron la presión a los medios de comunicación. Fueron unos minutos, pero suficientes para que fotógrafos y cámaras se echaran casi encima de los Príncipes. Se organizó tal barullo que los isleños lo recordarán durante semanas. Recuperada la calma por parte de agentes y periodistas, que triscaban como cabras de un lado para otro tras la pareja, comenzaron a producirse las primeras imágenes entrañables de una visita que quedará escrita en la historia local, como ocurrió con la que hicieron los Reyes en los años setenta, y de la que don Felipe y doña Leticia recibieron como recuerdo una foto entregada por las autoridades.

En el capítulo de los regalos, Formentera no quiso ser menos espléndida que el resto de Balears. La Princesa recibió unos bonitos pendientes de oro que se colocó allí mismo con ayuda de su esposo tras quitarse los que llevaba. Para ver si le favorecían se miró en el espejo de una vitrina. Al Príncipe le entregaron un baúl que contenía los instrumentos típicos que acompañan el «ball pagés»: tambor, flauta y castañuelas. El futuro bebé también tendrá otras en miniatura, que se suman a las recibidas en Eivissa. Uno de los mejores momentos de la tarde fue cuando don Felipe y doña Letizia saludaron a Catalina Mayans, una simpática abuela pagesa de 87 años que les esperaba desde hacía rato sentada en una silla porque le dolían les cames i l'esquena. Pequeñita y vestida de negro, con la cabeza cubierta por un pañuelo del mismo color, agarraba una bolsa que contenía una sobrasada. Era para los Príncipes, a los que deseaba ver muy ilusionada. Cuando le preguntamos qué les diría si se detenían a saludarla dijo que no ho sé, perquè no sé xerrar més que pagès. Catalina, viuda a los 20 años con cuatro hijos a su cargo, es el exponente de una forma de vida y cultura a punto de extinguirse.