Probablemente sea un hecho puntual y, con suerte, no volvamos a
vivir un episodio de este tipo en mucho tiempo. Pero aunque así
sea, no deja de resultar estremecedor que en una sociedad como la
nuestra, que suponemos ética, igualitaria y regida por los valores
más básicos de nuestra civilización, se produzca una agresión como
la sufrida el pasado martes por dos marroquíes residentes en Palma
a manos de un numeroso grupo de «cabezas rapadas».
Es cierto que en los últimos meses se han producido hechos como
éste en otras comunidades españolas, especialmente en Catalunya,
donde se concentra una nutrida colonia de inmigrantes, pero hasta
ahora el tradicionamodus vivendi de los baleares, basado en el
respeto a los otros y la tranquilidad en la convivencia, parecía
mantenernos saludablemente al margen de estas actitudes xenófobas,
racistas, intolerantes e indignas.
Por desgracia, no ha sido así y debemos preguntarnos cómo
estamos educando a nuestros hijos, a qué tipo de mensajes y
material tienen acceso para llegar a convertirse en esa clase de
bestias cuya ceguera e ignorancia pueden conducirles a tomar un mal
día la decisión de formar un grupo y agredir brutalmente a dos
ciudadanos contra los que no tienen nada, salvo quizá el prejuicio
hacia una religión y una procedencia diferentes.
Hay que cortar de raíz estos comportamientos. Mallorca ha sido
siempre tierra de acogida para miles de personas de todas clases y
orígenes. El sustrato mismo de la mallorquinidad se basa en la
mezcla y, desde luego, en la convivencia pacífica. Eso no debe
cambiar. Forma parte de nosotros y no debemos tolerar que algunos
jóvenes -afortunadamente, una ridícula minoría- den al traste con
una sociedad hospitalaria y plural.
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