Palma acaba de entrar en la era del metro. Es una noticia
histórica que colocará a nuestra ciudad a la misma altura en cuanto
a comunicaciones públicas que las urbes más modernas del mundo.
Quizá, como ocurre siempre, el metro llega tarde. Porque hace años,
durante la era Fageda, los palmesanos sufrimos meses y meses de
obras, calles de todos los barrios de la ciudad estaban abiertas en
canal con el empuje del Pla Mirall -que fue necesario, desde
luego-, y a nadie se le ocurrió aprovechar el desbarajuste
originado por las obras para acometer la obra más importante, más
valiente, más necesaria en Ciutat: el metro.
Ahora el metro empieza a abrirse paso, con calma, empezando por
una línea que unirá la Plaça de Espanya con el campus de la
Universitat. Un recorrido imprescindible que aligerará notablemente
la carga automovilística de la carretera de Vallemossa y evitará
más de un quebradero de cabeza a los estudiantes. Aunque, como
siempre, la elección de esta primera línea tiene sus detractores,
al considerar que en verano y en todos los períodos vacacionales la
afluencia de viajeros será mínima. Y hay quien teme la
proliferación de nuevas urbanizaciones en ese área rural a rebufo
del metro.
De cualquier modo, lo importante es poner esa primera piedra
que, con el paso de unos cuantos años, un montón de millones de
euros y muchas molestias para los ciudadanos, transformará la
ciudad de Palma en algo más. La densidad poblacional lo exige, la
constante ampliación de las barriadas y de las localidades
limítrofes, también, y desde luego está la necesidad de abaratar el
precio del transporte público y de ampliar las posibilidades del
usuario, hoy constreñidas, dentro de Palma, a la EMT.
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