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Sabía que ocurriría. Que llegaría el día en que caminaría como los inapetentes que sólo abren la boca si les cuentas una historia. Por eso leí un buen caudal de anécdotas míticas y vidas ilustres hace más de 40 días, algo antes de mi partida, para llenarme la cabeza con cuentos que contarme.

Sabía, pues, que desgranaría estas historias cuando pasase por caminos trazados y trillados por el Archiduque. Era consciente de que atravesaría los lisérgicos paisajes que inspiraron los lienzos de Mati Klarwein, que mis ojos verían, con escasos cambios, algunos de los espacios en los que Ramón Llull, Robert Graves o George Sand se extasiaron, y que pisaría lugares miles de veces narrados.

Esta semana llegó así: abrumadoramente prometedora, y me descubrió el sol más tórrido del viaje, con 42º en Estellencs, y el Mediterráneo en ocasiones más alejado que nunca: he tenido que adivinarlo, inalcanzable, tras 'playas privadas' como la de Bens D'Avall (sólo accesible para los clientes del hotel Es Molí, que se levanta a 10 Km. del lugar) o tras construcciones abandonadas por intrigas inmobiliarias como la que esquina el brazo Norte del puerto de Sóller, amortajadas entre gruas.