-Ya, pero lo del hilo...
Allí estábamos los cuatro, el guarda de seguridad número 1, el
guarda de seguridad número 2, Toni, y yo, mirando circunspectos la
madeja que ha sido una parte de mi cuerpo durante los últimos 46
días de mi vida. El asunto era ponerse de acuerdo sobre un hilo.
¿Se trata de un arma letal? ¿Qué dicen las normas? ¿Y los
protocolos? ¿Cómo se integra este asunto en el mundo de la
seguridad? Y de acuerdo, sí, usted lo ve bello (la belleza es
subjetiva) pero ¿hay algo más ahí? Yo me daba cuenta que el lóbulo
derecho del cerebro (que según dicen es el que regula las
emociones) de aquellos hombres encargados de la seguridad de la
Casa Real podía captar a la primera que mi hilo tenía un valor
simbólico. El problema estaba en que su lóbulo izquierdo (el de la
lógica, las matemáticas, etc.) se interponía con decisión: «Sí,
sí... ya les he preguntado qué están midiendo» (hablaba para sí uno
de los dos educados musculosos). Desde el otro lado del
intercomunicador, una voz rota de hombre insistía en que recogieran
nuestros datos. Sí, los datos, pero ¿y lo del hilo... eh?
-Que no tiene que ver con mediiir, que es otra cooosaaa»... (yo,
ya sin paciencia)
-No, si ya sé que puede sonar a absurdo... (Toni, mirando el
hilo, como si fuera la primera vez)
-Pero tendrán que admitir que pasar precisamente ahora por este
sitio con un hilo...
Hilo hilarante
En ese momento, a escasamente un kilómetro del final del viaje, la
Familia Real alcanzaba la costa sobre la proa deFortuna para la
foto oficial del verano bajo la voraz mirada de los fotógrafos de
prensa. Muerto de risa, el hilo se enredaba a su bola en todas
partes, a cada soplo de aire, incluso delante de mis narices. A
pesar de llevar 620 capullos de seda juntos, también yo le miraba
como si fuera la primera vez; en esta ocasión hacía de las suyas en
mis propios monólogos: una parte de mí me decía que aquellos
fornidos y todos los que vigilaban la zona en varios metros a la
redonda no estaban allí por la bendita providencia, que aquellos
fotógrafos apostados al otro lado de la autovía no venían a
retratar el final de mi trayecto ni a constatar si me convertía en
mariposa. Mientras, otra parte de mí abogaba porque aquello era
verdad aunque me pareciera absurdo; tanto como que si yo llegaba a
la zona portuaria justo en ese momento era por la bendita
providencia. Intentando buscar un argumento convincente estuve a
punto de darles un ejemplo: puede ocurrir que nada sea lo que
parece porque, por ejemplo, ¿lo de ser guapos forma parte de la
condición de guardaespaldas o es bendita casualidad? Claro que me
callé, porque así, visto desde fuera, hubiera parecido que estaba
flirteando y no, nada de eso... lo que estaba intentando era
discernir entre lo real y la ficción. Lo real, lo Real y la
ficción. En los últimos días, ése ha sido uno de los dilemas a los
que le he dado vueltas mientras saltaba de nuevo muros, bordeaba
escombros, sorteaba flotadores como si fueran vallas y viceversa.
Mallorca, desde el Puerto de Andratx hasta el Moll de Ponent de
Portopí, deja sin sentido la realidad del negocio turístico y
urbanístico y lo lleva al absurdo:
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