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Hace ya bastantes años conoció fortuna un eslogan, convertido después en cancioncilla, que llamaba a la participación general en la lucha contra los incendios forestales estableciendo aquello de «todos contra el fuego». Entonces, la normativa al respecto no estaba muy desarrollada y se perseguía sobre todo que la población tomara conciencia del problema. Ha pasado el tiempo y hoy, cuando ya contamos con leyes apropiadas, el problema subsiste.

Y es que la cuestión no estriba tan sólo en que estemos todos contra el fuego, sino en que se haga «todo» contra el fuego, todo lo posible para evitarlo. Lamentablemente, lo cierto es que no se hace. Cuesta entender, por ejemplo, que dos años después de que se aprobaran medidas concretas de protección contra el fuego en aquellas urbanizaciones que han penetrado en el espacio natural del bosque, no se estén aplicando. La relación existente entre incendios forestales y zonas urbanizadas es hoy incuestionable en la mayoría de casos.

La convivencia de bosque y viviendas llevó al establecimiento de normas que obligaban a mantener una franja limpia de vegetación que separase a unas del otro. Pero tales disposiciones raramente se cumplen ya que propietarios y ayuntamientos alegan sistemáticamente no poder sufragar la limpieza oportuna de arbustos y matorrales. Bien está que a raíz del trágico incendio de Guadalajara se hayan tomado una serie de medidas tales como la prohibición de encender un fuego en espacios abiertos o la utilización de cierto tipo de maquinaria peligrosa al respecto, etc, pero ello, como se está viendo, resulta insuficiente. Desaparecidos en muchos lugares los campos de cultivo, que actuaban como cortafuegos naturales, y habiendo sido sustituidos por urbanizaciones, el riesgo de incendio persistirá mientras no se aplique la legislación en serio. Es decir, mientras no se haga «todo» contra el fuego.