En la noche de Navidad sólo dos cajeros de Palma estaban ocupados por "sin techo". Foto: PEP BERGAS

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No sabemos si es casualidad o si es que los apaleamientos a mendigos en cajeros de bancos ha causado su efecto. Lo cierto es que anteanoche, noche de Navidad, en el largo recorrido que por éstos hicimos, sólo encontramos a dos, ambos en la calle Jesús. Uno en una oficina de Sa Nostra y el otro en una de La Caixa. En el resto, ni uno. Y eso que estuvimos en varios, ya que, como hemos dicho, la ruta que hicimos fue larga: Camí de Jesús, General Riera, zona de Plaza de Toros, Son Oliva, Eusebio Estada, Avenidas, Paseo Marítimo, Born y Ramblas. En el Paseo Marítimo, pasado el Auditòrium, en el cajero de La Caixa, hemos visto otras noches a una «sin techo». Anteanoche no estaba. En el habitáculo solo había una caja de cartón a modo de cama, un plato con residuos de comida y un vaso de plástico vacío. El lugar olía. No había duda de que había sido ocupado recientemente por gente.

En el cajero de Sa Nostra observamos a través del cristal cómo el hombrecito barbudo y desdentado se había quitado los zapatos y se disponía a acostarse sobre un desbarajuste de ropa. Empujamos la puerta del cajero y se abrió. El hombre, al vernos entrar, y temiendo lo peor, se puso en guardia. Nos presentamos y le tranquilizamos. El hombre nos miraba sin entender nada. Por entre sus labios se percibían los agujeros que quedan entre una dentadura sin apenas dientes. Le dio un sorbo a una botella de plástico, de agua, sin perdernos de vista. Le preguntamos si sabía que a otros colegas suyos les habían apaleado. Asintió. «Hay que tener mucho cuidado», dijo con palabras entrecortadas. «Por aquí, a veces, viene gente que quiere robarnos; gente con mala idea, que no tiene miramientos. Yo tengo mucho cuidado, no me fío de nadie», añadió. Aquel hombre bajito y barbudo, que cada vez que hablaba, no sin esfuerzo, se movía inquieto, de delante hacia atrás, de izquierda a derecha, dijo llamarse Sebastián, haber nacido en Jerez de la Frontera, «va para 52 años», estar casado, con dos hijos y «rejuntado» con otra mujer, «hasta que me dejó», con la que tuvo otros tres hijos. Los cinco viven en Palma, pero parece que apenas mantiene relación con ellos. «Nos ayudamos en lo que podemos», musita.

Más tarde, en el de la Caixa del Camí de Jesús no pudimos entrar. No teníamos la tarjeta con banda magnética que al pasarla por la ranura de la puerta permite el acceso a él. Junto al cajero estaba tumbado el hombre. Entre él y el suelo había un cartón. Su cama, evidentemente. Y cerca de él, el carrito de la compra que seguramente utiliza para llevar sus cuatro pertenencias de aquí para allá. Golpeamos el cristal para llamarle la atención. Al tercer o cuarto intento, el hombre se dio media vuelta, nos miró con ojos achinados, dijo no sé qué, encendió un cigarrillo, se dio de nuevo la vuelta y se tumbó. Era un tipo más bien joven con pinta de extranjero. Y estaba claro que pasaba de nosotros.

Pedro Prieto