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Cuando José Luis Rodríguez Zapatero lanzó al mundo la idea de fomentar una «alianza de civilizaciones» muchos se llevaron las manos a la cabeza, porque entendían que a según qué civilizaciones hay que combatirlas, absorberlas y cambiarlas, no aliarse con ellas. Sin embargo, nuestro país tiene en su historia el perfecto ejemplo de lo que significa la convivencia pacífica de distintas civilizaciones y culturas y esa referencia es la que sirvió a Zapatero para promover esta propuesta.

Aunque parecía imposible, ahora Estados Unidos, paladín de la «exportación» de la democracia occidental a países completamente ajenos a ella, se ha interesado por el proyecto de Zapatero y ha mostrado su intención de participar en los programas que se desarrollen. No es raro. El mundo que conocemos como «oriental» es en realidad un inmenso conglomerado de países, de culturas, de historias, de religiones y de razas diferentes, que en muchas ocasiones aún se rigen por antiguos sistemas tribales que para nuestra mentalidad occidental resultan incomprensibles. Intentar, como se ha hecho hasta ahora a través de la colonización, de los protectorados y de las guerras, transformar esas sociedades arcaicas en modernos países laicos y consumistas es una tarea absurda.

De ahí que la propuesta de Zapatero, que consiste básicamente en respetarse unos a otros, con sus peculiaridades culturales, para colaborar mutuamente, resulta mucho más factible. Claro que siempre habrá obstáculos gigantescos, como el necesario respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales en cualquier rincón del mundo, algo todavía utópico. Quizá así la paz y la estabilidad puedan algún día convertirse en algo más que sueños imposibles.