Muy seguro tiene que estar el primer ministro iraquí, Ibrahim Al
Jaafari, para afirmar que la violencia sectaria desatada los
últimos días no frenará los esfuerzos para formar un Gobierno de
unidad nacional. Lo cierto es que el rumbo político de Irak
posterior a la era Hussein ha incrementado todavía más la tensiones
entre chiíes y suníes, unas tensiones ya históricas que parecen
irrefrenables y que se remontan a la dominación durante siglos de
los suníes (minoría en Irak) sobre los chiíes.
En tan sólo una semana se han producido en el país 379 muertos y
los múltiples atentados han dejado más de 458 heridos. Mucho tienen
que mejorar las cosas para que el nuevo Gobierno ponga paz en un
proceso donde la democratización del país está resultando más
violenta y larga de lo esperado.
Prácticamente de nada ha servido el toque de queda decretado
días atrás en tres de las ciudades más importantes de Irak. Los
atentados se suceden y los muertos se multiplican mientras países
como Estados Unidos piden solucionar las diferencias con un diálogo
que no siempre Bush ha puesto en práctica.
Es posible que los radicales suníes, grupos extremistas llegados
de fuera del país o grupos violentos se escondan detrás de unos
atentados donde, como siempre, la población civil se ve
directamente afectada por las acciones de los criminales.
En el punto de mira se encuentra la presencia de las tropas
extranjeras como una de las causas de disconformidad entre chiíes y
suníes, pero no la única. Su rivalidad se cuenta por siglos. Hará
falta mucha confianza, mucho diálogo y mucho tiempo para que la paz
llegue a Irak. El país continúa tambaleándose camino de una guerra
civil que, lamentablemente, cada vez cobra más fuerza.
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