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PEDRO PRIETO
De Móstar a Sarajevo hay 117 kilómetros que se salvan a través de una buena carretera construida en tiempos de Tito, parte de la cual discurre paralelamente al río Neretva. A partir de los 50 kilómetros, que es cuando dejas atrás Sablanica, notas que comienzas a ascender, y lo notas más cuando ves que te acercas a las nieves que reposan en las cumbres de las pétreas montañas que en según qué momentos se elevan a ambos lados de la ruta cual altísimas paredes. De vez en cuando aparece algún que otro pueblo, cuyas casas mantienen la nieve sobre sus inclinados tejados; de vez en cuando también, sobre la ladera de cualquier montaña, se alinean las lápidas y tablillas alargadas clavadas sobre las tumbas del cementerio musulmán, etnia que es la que predomina en la región a tenor del número de estos que vemos infinitamente superior al de cristianos y ortodoxos. Sin la menor duda, hoy por hoy, éste -aparte de único- es un recorrido muy recomendable, sobre todo por el paisaje, no exento de túneles y algún que otro puente, aunque no hace muchos años -cuando el conflicto de los Balcanes- fue peligrosísimo ya que en las laderas de sus montañas, debidamente amatojados tras los arbustos o los riscos, francotiradores criminales se cobraban las vidas de muchos de los que circulaban por allí, al principio huyendo del infierno de Móstar y posteriormente del de Sarajevo.

Llegamos a Sarajevo a las dos horas de haber salido de Móstar. Hacía sol, incluso algo de calor a pesar de que el paisaje seguía prácticamente blanco por mor de la nieve. Una vez en Sarajevo, había que buscar la base de Camp Butmir, cuartel general del Eufor -cuyo mando en estos momentos está en manos de un coronel italiano- donde prestan servicio 90 soldados de Balears, a las ordenes del capitán Iván Planas, que debido a la distancia entre las dos ciudades se quedarán si ver al presidente Matas, o bien el presidente Matas sin verlos a ellos. Naturalmente, llegar hasta la base no fue fácil. Nos habían dicho que la encontraríamos yendo en dirección de Tulza, pero tras recorrer más de 50 kilómetros, alguien -el camarero de un restaurante de carretera- nos aconsejó que deshiciéramos el camino, y que al estar de nuevo en Sarajevo buscáramos la dirección del aeródromo, y una vez en él preguntáramos. Así lo hicimos. Llegamos, tras dos equivocaciones más, a las afueras de la capital de Bosnia Herzegovina y preguntamos en el mercadillo que encontramos al borde de la carretera. «Brondo, brondo» -recto, recto- nos decían. Y, efectivamente, siguiendo las indicaciones, dimos con el aeródromo, prácticamente reconstruido y que nada tenía que ver con aquel que encontré en 1994. Un soldado italiano nos indicó el camino a seguir: todo recto. Pero una cosa es ir todo recto, como te dicen, y otra es que al cabo de unos kilómetros de ir recto haya que virar hacia la derecha por un camino que bordea el cementerio ortodoxo, y como no lo sabes, pues, repito, te han dicho todo recto, te haces 30 ó 40 kilómetros de más. Pese a ello, no nos desanimamos, nos seguimos equivocando cada vez menos y lo encontramos. Todo porque decidimos seguir a un jeep del Ejército alemán. O nos llevaba a Camp Butmir, o nos daba otro largo paseo. Por fortuna nos llevó a la base.

Vista a unos trescientos metros, es impresionante. Enorme. Además, tuvimos suerte, pues ese día estaban en la puerta, de guardia, soldados de Balears. La soldado, tratando de darse a entender, pues imagina que somos serbios o croatas, a través de señas nos indica que aparquemos frente a la caseta. «¿Son de Mallorca?», le preguntamos. «De Mallorca, sí», contesta la soldado, algo sorprendida. «¡Anda, si a este señor le conozco! Es periodista de Palma, ¿no?», me pregunta la compañera. «Periodistas, sí. De Ultima Hora. Y el que conduce, también». Nos presentamos y nos ruegan que esperemos, «ya que hay que cumplir la norma avisando al oficial».