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El Everest ya está a la vista. Los expedicionarios mallorquines avistaron ayer su objetivo final desde el Kala Patthar, una pequeña colina que con sus modestos 5.550 metros se alza a los pies del Pumori, al cual se accede desde Gora Shep y que constituye un mirador excelente sobre las cimas principales de la cordillera del Himalaya. El campamento base de la expedición Mallorca a dalt de tot. Everest 2006 quedará instalado hoy mismo, un día antes de lo que Oli y los dos Tolos tenían previsto. Las buenas gestiones del «sirdar» o jefe de los sherpas, Pasang Tsiring, han permitido superar todos los tropiezos que se habían interpuesto entre los escaladores y la gran montaña. Ahora queda la fase más difícil, superar con éxito los 3.500 metros de desnivel que separan la base del glaciar del Khumbu y la cumbre del Everest. No habrá vacaciones de Pascua para la expedición. Una vez instalado el campo base, en 5.364 metros de altura, empezarán las discusiones para planificar el ascenso y el montaje de los cuatro campos de altura, a 6.000 metros, 6.400, 7.200 y 8.000 metros. En todo caso, es muy probable que Oli y los dos Tolos acaben eludiendo el campo 1, a causa de los malos recuerdos que les trae el alud del año pasado. Así, subirán para hacer la aclimatación, pero no permanecerán ninguna noche. A partir de ahora, disponen de 45 días para alcanzar el techo del mundo, que son 8.850 metros.

Este Miércoles Santo ha sido muy especial para los alpinistas mallorquines. Los encuentros habituales con miembros de otras expediciones tuvieron un carácter muy emotivo. Antes de salir de Lobuche, pudieron conversar unos instantes con el escalador aragonés Carlos Pauner, con quien compartieron permiso de ascensión al Everest e infraestructura de campo base en el año 2005. Pauner comentó que está en aquella región con motivo de su programa de aclimatación antes de dirigirse con helicóptero desde Katmandú al campo base del Daula Ghiri, en 4.700 metros de altitud. El motivo de utilizar transporte aéreo para la aproximación a la base de esta cumbre, de 8.000 metros, es que la marcha a pie resulta demasiado larga y compleja. Además de los centenares de turistas que recorren la región del Solu-Khumbu en esta época, también es normal ver miembros de otras expediciones siguiendo procesos de aclimatación para habituarse a la altura. La razón es evidente: la infraestructura perfecta de que dispone la región. Otras áreas del Himalaya no disfrutan de unos servicios tan completos como ésta.

Ayer nos referíamos a Lobuche como un ejemplo del cambio vertiginoso de la economía rural a la de servicios, en un cuarto de siglo en el valle del Khumbu. Gorak Shep, la última aldea antes del campo base, es una creación reciente debido al creciente turismo de montaña. Antiguamente, algunos recuerdan la existencia de una pequeña cabaña de pastor. Ahora hay dos grandes refugios, que pueden acoger a un centenar largo de personas. La región se cobra un precio bien alto por los cambios: el mal de altura. Una buena parte de los millares de turistas que llegan cada año se queda en el camino y tiene que volver al valle de Katmandú para recuperarse. La marcha empieza a los 2.880 metros desde Lukla y acaba en los 5.140 de Gorak Shep y, normalmente, no se dispone del mismo tiempo de aclimatación que tienen los miembros de las expediciones.

Joan Carles Palos