El Estado español es «una república de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de libertad y justicia emanando el poder del pueblo». Así definía el nuevo modelo de nación la Constitución de la II República, que separaba definitivamente la Iglesia y el Estado; establecía la expropiación de propiedades por causa de «utilidad social», disolvía las órdenes religiosas y nacionalizaba sus bienes. Pero no era todo. España era un país casi feudal, tercermundista, atrasado e inculto, que arrastraba desde hacía siglos una tupida red de privilegios e injusticias sociales. El afán de la República fue acabar con todo ello, hacer entrar a España en el tren de la modernidad, del progreso y, además, eliminar algunos privilegios de los que gozaba la Iglesia católica, lo que suponía un lastre a la hora de acometer las grandes reformas pendientes: la emancipación de la mujer, la liberalización educativa, la universalización de la sanidad y, por supuesto, la reforma agraria.
Editorial
República: mirar hacia atrás sin ira
13/04/06 0:00
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