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Un nuevo revuelo se ha organizado en torno a la noticia que nos habla de nuevas misivas de extorsión recibidas por empresarios navarros ahora que el alto el fuego etarra está en vigor. La circunstancia ha despertado a los portavoces del Partido Popular, que enseguida han querido ver síntomas de otra «tregua trampa» por parte de los terroristas, mientras los del PSOE se apresuran a correr tupidos velos sobre el asunto. Lo cierto es que la noticia es preocupante, porque el establecimiento de un verdadero alto el fuego debe incluir cualquiera de las actividades delictivas de la banda armada. Y eso, naturalmente, alude también a la amenaza, la extorsión y la recaudación de fondos.

Pero el proceso de paz no ha empezado todavía y nadie puede pensar con sensatez que los asesinos van a convertirse de la noche a la mañana en angelitos dispuestos a demostrar que merecen todas las credenciales del mundo. ETA es un entramado complejo, grande y viejo, y necesita fuentes de financiación generosas que le permitan antes que nada su supervivencia y, en caso de fracaso, su reaparición en escena. No olvidemos que los etarras son y han sido siempre delincuentes y por ello su única forma de vivir consiste en robar, extorsionar y matar. Y mientras no se produzcan avances significativos en una negociación que, según dicen desde el Gobierno, todavía no se ha iniciado -y si lo hiciera estaría aún en los pasos preliminares-, no podemos esperar cambios significativos en la estructura etarra.

Por eso en estos momentos, en los que la discreción resulta crucial, es mejor hacer oídos sordos a las noticias agoreras y centrarse en lo primordial, que es calcular qué pasos pueden darse, hasta qué punto el Estado puede ser generoso con los criminales y qué contrapartidas cabe esperar y cuándo. Lo demás es mucho ruido y pocas nueces.