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Ya sabemos que en política la dialéctica es un arma arrojadiza que suele tener pocas consecuencias porque al final lo que acaba contando son las negociaciones y los hechos, mucho más que las palabras. Pero hay en todo un límite y esa frontera delicada entre la opinión personal y la amenaza directa, el desprecio o el insulto no debe ser nunca franqueada por un líder político que se precie. Y menos, claro está, cuando el responsable de las palabras amenazantes es un líder como el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, que en un discurso sobre la situación de los palestinos, lanzó esta perla: «El régimen sionista es un árbol podrido que caerá con una tormenta». Quizá en otro contexto histórico, la frase podría haberse interpretado como una proclama de adhesión a un pueblo hermano que sufre, pero en este preciso instante Irán está reactivando su programa nuclear en contra de la postura de la comunidad internacional. ¿No hay implícita en la delaración de Ahmadineyad una clara advertencia contra Israel? Es una actitud que la ONU debe vigilar de cerca, porque el radicalismo islámico que se ha instalado en el país no puede traer nada bueno en una región a la que no le hace falta más leña para encenderse. Por eso sorprende que un veterano de la talla de Simon Peres, que forma parte del elenco de políticos judíos más moderados y razonables, responda a las afirmaciones del presidente de Irán con otra amenaza, diciéndole que «acabará como Sadam». Lo cierto es que Oriente Medio tiene difícil arreglo y la posición israelí será siempre complicadísima, inmerso como está en la boca del lobo. Únicamente la paulatina transformación social de esos países podría conducir a cierta «normalidad» democrática y religiosa, ahora imposibles.