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Eran las cinco y cuarto de la mañana y sólo faltaban quince minutos para que los sherpas partieran con un cargamento hacia el campo 2, a 6.500 metros de altura, cuando uno de ellos, Pemba, se dirigió hacia las tiendas de los mallorquines para pedirles qué harían ellos. El viento había sacudido durante toda la noche todo el campo base con ráfagas de hasta 70 kilómetros por hora y parecía que no quería aflojar.

Oli y los dos Tolos sacaron la cabeza para valorar la situación. Sobre la espalda oeste del Everest y el Nuptse se extendían con fuerza los nubarrones, empujados por vientos de hasta cien kilómetros por hora, mientras que al otro lado, sobre la carena del Pumori, se alzaba una preocupante pluma o nube de nieve a causa de la fuerza del viento. Sin embargo, la pregunta de Pemba delataba una voluntad manifiesta de aplazar «por seguridad» un día más la ascensión al valle del Silencio, donde la situación podía hacerse insoportable.

La decisión ya estaba tomada. Casi bastaron cinco minutos para suspender hasta hoy las actividades de la expedición. A veces, «esperar un día puede significar dar tiempo para que mejoren las condiciones meteorológicas», explicó Tolo Quetglas, para quien ayer era «un día horroroso» para ganar alzada. Así, los tres escaladores metieron las cabezas dentro de sus tiendas y esperaron dentro de sus sacos de plumas a que el sol calentara sus diminutos habitáculos, sobre la gélida superficie del glaciar de Khumbu.

Joan C. Palos (Everest)