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El nombramiento de Joan Mesquida como director general de la Guardia Civil es, sin duda, una buena noticia por distintos motivos. Es la primera vez que un mallorquín está al frente de una institución tan arraigada en España como la Guardia Civil y es también un acierto del Gobierno de Zapatero porque Mesquida ha demostrado sobradamente su categoría profesional en Balears y, últimamente, en Madrid. Sin embargo, el nombramiento llega en un momento histórico que puede convertirse en un arma de doble filo. Por un lado, el alto el fuego permanente de ETA es toda una prueba de fuego. No hay que olvidar que la Benemérita ha jugado un papel clave en la lucha antiterrorista, y ahora es Mesquida el encargado de adaptar el Cuerpo a la nueva situación creada. Por otra parte, hace ya tiempo que desde dentro de la Guardia Civil se pide cada vez con más fuerza una desmilitarización progresiva. La reciente concentración de guardias civiles en Madrid, exigiendo modernizar la institución, es un botón de muestra de lo que está ocurriendo. Con todo, el proceso es complejo y es otro de los retos que se le presentan a Mesquida. El modelo policial europeo es muy distinto al español, pero tampoco hay que olvidar que unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado bicéfalas, con Guardia Civil y Cuerpo Nacional de Policía, es también una forma de motivar a ambos Cuerpos. Es decir, es positivo que exista cierta competencia sana entre policías y guardias civiles y, sobre todo, entre mandos, porque el gran beneficiado es el ciudadano. En cambio, un único Cuerpo que fusione a los dos plantea múltiples interrogantes, de toda índole. Así pues, la gestión de Mesquida se encontrará con varios frentes abiertos y lo único que está claro es su valía profesional y su disposición.