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España ha vivido una auténtica revolución social en los últimos treinta años, pero parece que todo lo que ha cambiado en apariencia, no lo ha hecho tanto en lo interior. Según la Encuesta Social Europea, los españoles nos encontramos entre los europeos menos interesados en la política, somos desconfiados y tendemos a pensar en los políticos en términos despectivos. No es que en nuestro país quienes se dedican a la política sean menos honrados o eficaces que en el resto del continente, sino que nosotros arrastramos esa imagen peyorativa de la cosa pública heredada de cuarenta años de franquismo. Griegos y portugueses nos dan la mano, porque también ellos han vivido lo suyo. No estamos, en efecto, entrenados como lo han estado en otros países europeos, en la confianza en la democracia y en sus representates.

Pero eso no es todo. Porque nuestros hombres son los europeos que menos ayudan en casa (un escalofriante 47% no hace nada nunca). ¿Qué está ocurriendo? Algo grave, si a este dato añadimos que el 56 por ciento de los encuestados considera que la mujer debería estar dispuesta a reducir su jornada laboral (lo que conlleva reducir su salario y su independencia, claro) por el bien de su familia.

Total, que con estas ideas en la mano, podemos deducir que en nuestro fuero interno seguimos siendo lo que hemos sido siempre: machistas y retrógrados. Los resultados de la encuesta pintan una España tradicional, reacia a los grandes avances sociales del siglo y, desde luego, muy tímida a la hora de aceptar la igualdad de género.

Con resultados así, se impone una verdadera cruzada institucional contra el machismo, porque los roles se perpetúan con facilidad y es necesario cortar la tendencia.