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El 'botellón' se hace famoso a finales del siglo XX, cuando a los jóvenes les falta dinero para ir a la discoteca. Entonces, alguien tiene la brillante idea de animarse antes de entrar en la disco. Llama a sus amigos habituales, compra en el primer supermercado que encuentra unas cervezas, una Coca-Cola de litro, una botella de whisky, unos vasos de plástico... y organiza el guateque en el coche, en plena calle, con las puertas abiertas y la música a tope. A la semana siguiente se apuntan más amigos, y así hasta que se reúnen más de trescientos jóvenes y se inventa el 'botellón'.

Laura Llull, que tiene veinte años y estudia Farmacia opina que los cubatas en la disco son muy caros. Fiorella Pizzino, que trabaja en el Burger King del aeropuerto, no duda en decir que hace 'botellón' porque sale más barato que en una discoteca y no te quedas sordo. Ella cree que todos los jóvenes se van a quedar sordos por el volumen de la música. El madrileño Carlos Pérez Nicolás, que el año que viene empieza a estudiar Ingeniería de Minas, también piensa que los precios de las discotecas son excesivos. Verónica Pérez, que trabaja de camarera en un hotel, dice: «El botellón tiene la garantía de que el alcohol que tomas no es de garrafa». Francisco Rodríguez, de veinticinco años, trabaja en una constructora y piensa que el 'botellón' existe porque los precios de las copas en las discotecas son de escándalo. Verónica Rodríguez piensa tres cuartos de lo mismo. «La fuerza del 'botellón' llega a todas partes», nos dice el gallego Rubén de la Torre, que estudia Relaciones Laborales y tiene veintisiete años. Está claro que la cuestión del dinero es la clave.

Bueno, para casi todos, porque Hassan Mujihdi, marroquí de veintiséis años, piensa que la práctica del 'botellón' es una expresión de libertad, no como en su país, que está prohibido terminantemente.

Martín Garrido