La situación en Oriente Próximo es cada vez más crítica después de que milicianos palestinos atacaran un puesto fronterizo. La acción se saldó con la muerte de cinco milicianos, dos soldados israelíes muertos y uno secuestrado. La reacción de Tel Aviv no se hizo esperar y el despliegue militar en Gaza fue inmediato.
Desde que Hamás accediera al poder, el clima entre palestinos e israelíes se ha ido enrareciendo, pese a algunos gestos en favor de la paz y de la convivencia por parte del primer ministro judío y del presidente de la Autoridad Nacional Palestina.
En cualquier caso, todo apunta a que los notables avances conseguidos en el difícil camino hacia el establecimiento de un Estado palestino en convivencia pacífica con Israel corren peligro de desaparecer bajo una nueva ola de violencia que puede enquistarse convirtiéndose en una auténtica guerra civil.
Además, el conflicto palestino-israelí tiene implicaciones internacionales evidentes y la tensión entre el mundo occidental y el mundo árabe puede volver a reeditarse en su versión más aguda. Eso amén de que cualquier conflicto armado provoca una desestabilización en la zona en la que se produce con consecuencias que afectan a todo el mundo.
Es, por ello, imprescindible atajar cuanto antes la situación y reconducirla a cauces pacíficos. Para ello es absolutamente perentorio que la comunidad internacional se implique y medie en el conflicto.
Naturalmente, eso sólo será posible si los palestinos son capaces de controlar a los violentos y acabar con sus acciones y si Israel deja de lado los ataques militares mal llamados selectivos y ambos se vuelcan en el diálogo como el único camino posible para resolver sus diferencias.
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