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La situación en Oriente Próximo es cada vez más crítica y el camino emprendido hacia un difícil entendimiento entre palestinos e israelíes está plagado de sombras e incertidumbres. Hoy por hoy parece que todo lo que se había avanzado se ha perdido y es como si nos encontráramos en una guerra abierta no declarada. El ataque aéreo hebreo a la residencia en Gaza del primer ministro palestino, Ismail Haniya, ha sido calificado por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abás, como «un acto sucio y criminal».

Pese a que, tras el acceso al poder de Hamás, contra lo que cabía esperar, no se produjo un inmediato recrudecimiento de las posiciones, ahora parece que los hechos dan la razón a quienes preveían que el inicio de las tensiones y la vuelta a la violencia sólo era una cuestión de tiempo.

El papel mediador de la comunidad internacional es fundamental. Si bien es cierto que los Estados Unidos no están actualmente en condiciones de ser un elemento determinante. Los países árabes ven a los norteamericanos con mucho recelo después de su polémica intervención en Irak, un conflicto que aún sigue abierto con heridas que parece que nunca vayan a restañar. Es por ello impensable que la Administración Bush asumiera un papel similar al que en su día desempeñó el Gobierno de Bill Clinton.

En estas circunstancias, es preciso que se dé una mayor implicación de la Unión Europea para evitar que el polvorín de Oriente Medio estalle en algo más grave aún de lo que ya está pasando, que arrastre a toda la zona y desestabilice los difíciles equilibrios del lugar. Aunque todos los esfuerzos serán inútiles si palestinos e israelíes no abandonan sus posiciones de enconamiento para encontrarse en un diálogo imprescindible. Sólo de este modo sería posible retomar de nuevo la senda de la convivencia.