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La discrepancia política es algo absolutamente normal y deseable en democracia, aunque en algunos asuntos de mayor calado sería preciso que no se diera una confrontación exagerada. Es éste, sin lugar a dudas, el caso del diálogo con ETA y Batasuna, demasiado aireado de uno y otro lado cuando deberían primar, sobre todo, la discreción y la prudencia.

El Partido Popular (PP) sigue con sus ataques a la política gubernamental, descalificando todos y cada uno de los pasos que da el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, al que han llegado a calificar de «cómplice» de la banda. Un argumento absurdo que nada tiene que ver con la realidad y que sigue distanciando al principal partido de la oposición, un partido que se ha quedado solo en sus planteamientos no sólo sobre la lucha antiterrorista, sino además en el asunto de la redefinición territorial del Estado.

Tampoco es razonable la postura eximida este pasado fin de semana por el secretario general de los socialistas, José Blanco, que afirmaba que en caso de fracasar el «proceso de paz» la culpa sería en buena medida del líder del PP, Mariano Rajoy. Si, desafortunadamente, no se llega a buen puerto, la culpa será exclusivamente de los violentos, de los terroristas, pero, en ningún caso ni del Gobierno ni de ningún partido del arco parlamentario.

Ciertamente estamos en un momento que, como señala Rodríguez Zapatero, puede ser el mejor para avanzar hacia la consecución de la ansiada paz, aunque también sería buena una mayor claridad que despeje dudas sobre presuntas concesiones que, todo sea dicho, siempre ha negado el Ejecutivo. Recomponer el consenso, más pronto que tarde, será una necesidad y en esta tarea deberían colaborar los dos grandes partidos nacionales dejando de lado el espectáculo partidista que nos han ofrecido en los últimos meses.