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La calma relativa ha durado poco. Corea del Norte ha vuelto a anunciar un ensayo nuclear ante la «extrema amenaza» de Estados Unidos, lo que desde Washington se considera «inaceptable». Y si bien es cierto que el país asiático nunca ha demostrado su capacidad para lanzar con éxito armas atómicas, no lo es menos que ha hecho pruebas balísticas preocupantes y que sigue con sus investigaciones armamentísticas.

Es improbable que se produzca una situación de riesgo elevado por lo que respecta a la utilización de armas de destrucción masiva, pero ello no es óbice para que se continúe manteniendo un pulso que se suma al que sostiene Irán, otro de los países que conforman el llamado «eje del mal» por la Administración Bush.

En el fondo de todo este asunto subyace una confrontación que va más allá de las formas y que hace urgente y perentoria la implicación de la comunidad internacional y la mediación de actores capaces de sustraerse de la dicotomía trazada por ambos bandos. Este papel siempre fue llevado a cabo con éxito por la Unión Europea, que, en este caso, podría volver a convertirse en fundamental para la consecución de acuerdos que satisficieran a ambas partes y que redujeran el clima de tensión a límites tolerables cuando menos.

Sin embargo, si no se adoptan medidas en este sentido, la escalada puede llegar a un punto no deseado en el que las demostraciones de fuerza podrían verse convertidas en algo más que eso.

Cualquier avance en el camino del diálogo sería bienvenido, pero no parece que la actitud ni de Corea del Norte ni de Estados Unidos sea la más conveniente en un deseable escenario de paz y concordia.