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La Habana -y demás ciudades y pueblos de Cuba- está siempre vigilada. Por una parte está el Ejército, por otra la policía y por otra los propios ciudadanos organizados en grupos llamados CDR, fuerzas de choque en momentos en que las circunstancias -un ataque desde el exterior, por ejemplo lo requiriesen. Castro, que con gente del pueblo, y con la ayuda del pueblo, montó con 82 compañeros una revolución que echó del país a Batista, a su tropa y a todo lo que oliera a imperialismo, sigue confiando en él. Sabe que con él puede ir hasta el fin del mundo.

Años después de la proclamación de la Revolución, Kennedy intentó, a través de un desembarco por sorpresa en Bahía Cochinos, tirar por los suelos el régimen castrista, que, una vez más con la ayuda del pueblo que cerró filas en torno a él, salió victorioso del trance obligando a regresar a las tropas USA con el rabo entre las piernas.

De los CDR tuve noticias cuando en el 91 estuve con Joan Torres en Palma Soriano. Antes de llegar al hotel, todo el mundo sabía que estábamos allí. La gente civil, al vernos llegar, indagó enseguida quienes éramos y a lo que íbamos. Es más, a los tres días de vivir en dicha ciudad, un domingo por la mañana, intentamos ir por nuestra cuenta a Guantánamo, y a poco que pusimos los pies en este municipio fuimos retenidos amistosamente por la policía, seguramente avisada por el CDR, que nos recomendó que no saliéramos de Palma Soriano sin comunicárselo al Poder Popular.

Pedro Prieto (La Habana)