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JOAN J. SERRA
Arnoldo Liberman, argentino de ciudadanía española y profesor en el Master de Teoría Psicoanalítica de la Complutense, pronunció ayer la conferencia «Sigmund Freud o el vendaval judío», del ciclo «Lo judío en la cultura contemporánea».

Liberman explicó ayer a este periódico que «Freud no era un hombre religioso, pero mantenía su identidad, su 'judeidad', en su Viena natal. Antes de la de la anexión por parte de la Alemania nazi, los judíos de Austria ya sufrían discriminaciones y prejuicios. La libertad de residencia estaba restringida para los judíos durante el Imperio Austrohúngaro. En una ocasión, al padre de Freud le gritaron: '¡Fuera de la calle, judío', y le tiraron el sombrero al suelo. Lo recogió y siguió andando. Cuando le contó el hecho a su hijo, éste le recriminó no enfrentarse y haber sido un cobarde».

Antes de la llegada del nazismo, y a pesar de la discriminación a nivel de calle, el 25% de los universitarios de Viena eran judíos. Cuando Austria fue incorporada al III Reich, los márgenes de libertad, aunque impregnados de prejuicios, se acabaron del todo. Liberman indica que «Freud era un hombre muy culto y refinado, y le costaba creer que la amenaza delirante del nazismo llegara donde finalmente iba a llegar. Freud abandonó Viena sólo un día antes de que la Gestapo fuera a buscarle. No hay que olvidar que cuatro de sus hermanas murieron en Auschwitz. Freud moriría en Londres poco después de marcharse, sin llegar a conocer todos los horrores del régimen de Hitler. 'Cómo he amado esta cárcel', dijo al dejar Viena».