Televisión Española cumple cincuenta años en los que no sólo el medio, sino la misma sociedad, ha evolucionado de tal modo que muy poco tiene que ver con aquella de 1956 cuando en el madrileño Paseo de La Habana se ponían en marcha las primeras emisiones. Y es un hecho innegable que ha contribuido notablemente a ese cambio acercándonos a las noticias y acontecimientos que se han producido en todos los rincones del mundo y que nos ha entretenido con programas y series que marcaron época.
Pero no todo es oro lo que reluce y la televisión pública cuenta en su historia con luces y sombras. Tal vez la peor carga que haya arrastrado siempre es su fuerte dependencia del poder de turno, algo inevitable en tiempos de dictadura, pero inaceptable en plena democracia.
También hay que sumar, por lo que se refiere a los aspectos negativos, el enorme déficit que arrastra, debido, principalmente, a que la criatura se convirtió en un gigante de grandes proporciones en el que el gasto se había disparado muy por encima de lo razonable, sin que ningún Gobierno se atreviera a frenar esa sangría económica.
Ahora, con el Expediente de Regulación de Empelo se iniciará el recorte de personal para reducir gastos. Miles de profesionales prejubilados dejarán RTVE con el 90 por ciento de sus emolumentos y con cargo al dinero público. Evidentemente nunca se debió haber llegado a este punto.
Cincuenta años después de su nacimiento, TVE ya no es la única televisión. El panorana televisivo es muy distinto y existe una oferta muy variada con canales privados, autonómicos y locales. Ahora más que nunca es prioritario que TVE asuma un auténtico papel de servicio público a un coste más reducido, alejándose de las manipulaciones políticas y de programas que no tinen ningún sentido en una televisión pública. Es una tarea posible, pero nada fácil.
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