Testimonial, agonizante son los mejores adjetivos para definir lo que resta de aquel bullicioso, colorista y surtido mercado que hasta mediados de los años setenta llenaba de vida las Avenidas desde la Porta de Sant Antoni hasta morir casi en el mar todos los sábados. Cientos de payeses bajaban a Palma para vender todo lo que producían en el campo. El pasillo central de las Avenidas quedaba sembrado de coles, tomates, caracoles o espárragos. El canto de pollitos y pavos subían los decibelios, especialmente cuando pasaban de la jaula a manos del comprador. Cuando se acercaba la Navidad eran muchos los que compraban una pava para engordarla en casa. A medida que te acercabas a la Escuela Graduada, verduras, animales y plantas daban paso a puestos de zapatos, ropa, herramientas, utensilios de barro o de palmito.
De mercado a baratillo
El mercadillo de los sábados en las Avenidas reclama a gritos un lavado de cara
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