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El «apagón» de cinco minutos de duración que el pasado jueves ocultó a una serie de monumentos de la vieja Europa revela en cierta medida que desde las administraciones se empiezan a tomar algo más en serio que hasta ahora lo del cambio climático. Quizás equivaldría a pecar de ingenuidad el atribuir esa concienciación ante la amenaza que sufre el planeta a una mayor sensibilidad al respecto. Es más probable que la señal de alerta a la que empiezan a atender los gobiernos proceda del campo de la economía. Recordemos que el pasado mes de octubre la publicación del denominado «informe Stern» supuso un aldabonazo que se escuchó en unos medios políticos, empresariales y financieros, habitualmente sordos a este tipo de avisos. El informe, elaborado por el economista Nicholas Stern a instancias del Gobierno británico, no dejaba lugar a dudas, ya que al cuantificar los costos que se podrían derivar del cambio climático permitía aventurar un serio problema económico de no ponerse los medios necesarios. A juicio de Stern, hacer frente al cambio climático puede salir caro, aproximadamente un 1% del PIB mundial. Pero resulta que no plantar cara a esta nueva situación podría salir, no caro, sino carísimo, es decir, entre un 5 y un 20% de ese PIB. Dicho todo de otra manera, el deterioro ambiental causado por el cambio climático que hasta ahora no había inquietado gran cosa a aquellos que están en condiciones de paliarlo, se convirtió en una cuestión económica, y ahí sí que todos lo entendieron. Cuando lo que se ve amenazado es el sistema productivo, nadie deja de tomárselo en serio. No cabe duda de que a partir de ahora los expertos en la materia, convenientemente aleccionados por los políticos, pondrán lo mejor de su empeño en buscar unas soluciones que, por descontado, van mucho más allá de gestos como el apagón de días pasados.