A menos de una semana de la primera cita con las urnas, los alumnos de la UIB viven bastante aislados de un día que, sobre el papel, puede cambiar el rumbo de esta institución.
Lo único que denota algún tipo de ambiente electoral en el campus son los carteles colocados en todos los edificios. Muy pocos tablones de anuncios se libran de tener colgados carteles de los tres candidatos, que están repartidos a lo largo de la universidad. Las chinchetas y el celo son los reyes del lugar. En cualquier esquina cabe un tríptico. El más atrevido, el de Casas, con un diseño más innovador que los otros dos aspirantes.
El cartel genérico que anuncia la cita con las urnas es uno de los de mayores dimensiones. Preside el edificio Ramon Llull, vigila la entrada del edificio Mateu Orfila y repite en el Jovellanos, entre otros lugares de la UIB.
Sin embargo, en su entorno, nada cambia. Estudiantes tumbados al sol repasando apuntes; jóvenes leyendo diarios gratuitos pero no programas de los candidatos a rector y grupos de amigos hablando de cualquier cosa intrascendental menos de las elecciones.
Las razones para explicar esta indiferencia quizás haya que buscarlas en el peso del voto del alumnado, que sólo cuenta un 25%. Por lo menos este es el argumento de Pilar, estudiante de Física, que cree que ese hecho hace que los alumnos «pasen un poco» de la elección de un nuevo rector, lo que produce «más implicación» del profesorado que de sus pupilos.
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