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Después de un mes de obras, esta semana ha concluido el derribo de las viviendas militares que ocupaban un punto privilegiado de la muralla de Palma, en primera línea frente al mar, en el Baluard del Príncep. Fue, sin duda, una decisión equivocada de las autoridades de aquel momento -en pleno franquismo- edificar esta zona histórica de Ciutat, pero también hay que reconocer que de no haber estado esa zona bajo jurisdicción militar lo más probable es que todo el entorno se hubiese perdido, como ocurrió con otros enclaves de la muralla.

Ahora esos edificios son historia y se abre ante la ciudad y ante sus habitantes un futuro mucho más razonable, el del respeto a la historia y al patrimonio palmesano. Hay que aplaudir a los alcaldes y concejales que lo han hecho posible, tras un proceso que ha durado casi diez años y ha costado millones de euros.

Se ha corregido un error pero muy cerca estamos a punto de cometer otro, del que posiblemente nos arrepentiremos cuando sea demasiado tarde. Nos referimos al solar de GESA, que corre el peligro de transformarse finalmente no en lo que debería ser -zona pública, verde, de ocio-, sino en barrio de lujo para vecinos privilegiados, algo similar a lo que ya ha ocurrido enfrente, en la zona del Portixol que, si bien ha conservado milagrosamente los viejos molinos, ha desarrollado una lamentable «muralla» de bloques de apartamentos en plena fachada marítima. Lo que en principio era un edificio se ha convertido en una serie de bloques de una altura excesiva por una equivocada decisión del Ajuntament de Palma durante los mandatos de los alcaldes Aguiló y Fageda.

No es esa la Palma que la mayoría desea y anhela. Nuestra ciudad necesita árboles, fuentes, paseos, jardines... Ahora estamos ante la oportunidad de que ganemos todos. Si no se evita este nuevo atentado a nuestro patrimonio, habrá que esperar los derribos que dentro de treinta o cuarenta años llevarán a cabo generaciones de palmesanos más concienciados en la defensa de una ciudad más habitable.