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El Líbano ha vuelto a convertirse en un foco de tensión a raíz de los enfrentamientos del Ejército con el grupo Fatah al Islam, ligado a Al Qaeda, lo que ha obligado a que Siria, país acusado de instigar la violencia en tiempos pasados en el mismo escenario, cierre dos de sus pasos fronterizos. En esta ocasión, no existe la injerencia de Israel con lo que Tel Aviv siempre ha considerado medidas de autoprotección contra el terrorismo islamista, pero el riesgo de extensión del conflicto está ahí.

En estos momentos, además, existe en el Líbano una fuerza de pacificación bajo bandera de las Naciones Unidas que cuenta con un importante contingente español. Y su misión es la de apoyo al Ejército del país en la lucha contra el terrorismo evitando que vuelva a surgir una guerra que internacionalice el conflicto.

Es, por tanto, un punto extremadamente sensible sobre el que hay que tener la mirada puesta teniendo muy claro que la comunidad internacional, bajo la bandera de la Organización de Naciones Unidas (ONU), debe seguir prestando su apoyo para evitar cualquier amago de ataque terrorista o de inicio de conflicto por parte de fuerzas que pretenden, esencialmente, desestabilizar la zona y volver a convertirla en escenario de guerra.

Naturalmente es una tarea compleja y precisa, además, de notables esfuerzos diplomáticos tanto en Israel como en Siria, países que contemplan la crisis con una especial sensibilidad que podría llevarles de nuevo a enfrentamientos armados absolutamente indeseables.

De momento, la violencia se ha circunscrito al Líbano, pero no puede en absoluto dejarse de lado cualquier posibilidad de extensión del conflicto vistos los precedentes existentes, que no hacen sino dibujar sombras de duda sobre la pronta pacificación del país si no se dan los pasos necesarios para evitarlo cuanto antes.