Si van a convertirse en usuarios del metro de Palma, ahora ya les puedo recomendar con propiedad que se lleven algún tomo de relatos breves, o mejor muy breves, para leer durante el trayecto, puesto que, como sólo dura trece minutos, no da ni siquiera para hojear el periódico como Dios manda. Un usuario del metro tiene que leer; no se puede hacer otra cosa.
Y la verdad es que los que compartieron viaje con nosotros hace unos días, a las diez de la mañana, ya lo sabían. Pero yo había ido a ver paisajes. El primero que encontré fue el de la estación intermodal. Está todo tan nuevo, tan limpio, tan brillante, que no parece de verdad. Es como un decorado. Con unas pantallas que te dan la bienvenida. Y con una pared recorrida por muchísimos mástiles de barcos que te confunden. Está bien, porque el misterio de un metro consiste en no saber nunca dónde estás.
Vas por túneles. Sobre ti está el mundo y ni te enteras. La cafetería es impresionante. Creo que nunca sería capaz de sentarme en sus escasas sillas transparentes -o rojas, una de cada cuatro- ni en sus sofás barrocos tapizados de colorines modernos. Es que no podría sentarme allí, la verdad. ¿Qué pides para tomar, en un sitio así, antes de partir para Son Fuster Vell o la Gran Vía Asima, por ejemplo? Pero vale la pena verlo, no perderse su papel pintado; sobre todo porque estamos en el metro.
Neus Canyelles
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