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El Líbano continúa inmerso en el conflicto que está enfrentando al grupo radical suní Fatah al Islam con el Ejército, un conflicto que corre el riesgo de enquistarse y convertirse en un elemento enormemente desestabilizador de la zona. Eso amén de toda la tragedia humana que supone cualquier guerra, cualquier acción armada, que, inevitablemente, siempre acaba afectando a la población civil, en especial a los más débiles, niños y mayores. Afortunadamente, por el momento, estos enfrentamientos se han quedado en una cuestión interna, sin que hayan intervenido otros países, como sucediera años atrás cuando Siria e Israel convirtieron todo el país en un escenario bélico en el que se cometían toda clase de atrocidades. Sin embargo, no podemos dejar de pensar que cualquier incidencia en una zona tan sensible puede tener consecuencias que van mucho más allá de la mera política nacional libanesa.

Sin duda, los radicales de Fatah al Islam pretendían precisamente eso, desestabilizar al Gobierno legítimo y reeditar guerras pasadas en un intento de controlar por la fuerza de las armas el país y someterlo a la esfera de dominio de los más fanáticos defensores de la radicalidad islamista.

Llegados a este punto, merece especial atención el llamamiento de intelectuales y activistas libaneses con el que pretenden que la comunidad internacional se sensibilice ante la posibilidad de que se produzca la muerte de miles de inocentes. No pasa de ser un mero aviso, pero con bastantes visos de convertirse en algo real si no se adoptan las medidas necesarias para constreñir los límites de los enfrentamientos y, en la medida de lo posible, acabar con ellos. Convendría, sin embargo, una seria reflexión de toda la comunidad internacional sobre el surgimiento de estos movimientos radicales que hacen uso de la violencia para conseguir sus objetivos. La tarea es muy compleja y cabe extremar la prudencia, pero no hay otro camino que analizar seriamente frente a qué nos hallamos para ponerle fin definitivamente.